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domingo, 22 de septiembre de 2013

No es bueno andar con las heridas más abiertas que la sonrisa.

Y así matamos el tiempo: escapando, siendo cobardes, destruyéndonos, llenándonos de vacíos, matándonos (y no entre nosotros, sino a nosotros), torturándonos, ¡enamorándonos! Al final la cuestión no es el tiempo, son las ganas de hacernos daño. Y llega un momento en el que te das cuenta de que ese dolor de estómago eran ganas de ir al servicio y no amor, que cada vez es más difícil sonreír y que ya no sirve pensar en esa persona para mandar a la mierda el insomnio. Y no son ellos quienes duelen, somos nosotros, que nos autoapuñalamos con los sentimientos, sin ser conscientes de que las cicatrices se quedarán ahí para siempre, abriéndose en los peores momentos.


"Y aquel fue el momento en que ella se metió un mechón de su melena negruzca detrás de la oreja, respiró hondo y reparó en lo que acababa de decirle aquel extraño del sombrero de copa.

-Es que... pensaba que a la vida no se le acabaría tan rápido la sonrisa.
-¿Y esa tal "vida" puede ser usted? Perdone, pero no llevo demasiado bien el tema de las metáforas, ¿sabe?
-Sí, se podría decir que sí. 
-Señorita, debería saber ya que las cicatrices duran más que la felicidad. Y permítame decirle que no es bueno andar por ahí con las heridas más abiertas que la sonrisa."

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